
Quien más quien menos, estará de acuerdo en que el oro es una forma de invertir fantástica. Y si este oro se halla en forma de monedas, lo es aún más: la primera y quizá más evidente de las ventajas la encontramos en que son una forma estándar de oro físico aceptadas en cualquier lugar del mundo.
Las monedas de oro: inversión rápida y segura
Pero es que además son una forma muy ágil de adquirir el metal precioso: debido a que se conoce la pureza exacta de cada moneda, no se precisa de un análisis pericial, como sería el caso de los lingotes.
Además, muchos comercios en todo el mundo publican diariamente la lista de precios a los que compran y venden estos objetos, lo que da en otra ventaja: como existen diferencias en los precios de compraventa, el inversor puede adquirir o deshacerse de sus monedas al precio que más la convenga.
Pero, ¿qué monedas debemos adquirir? Pues, para empezar, debemos distinguir entre el «oro de inversión» y el «oro de colección». No somos numismáticos, de modo que buscaremos las primeras. Y en este apartado, la Administración fiscal coloca aquéllas de pureza de al menos novecientas milésimas y acuñadas después de 1800, que hayan sido de curso legar en su país y cuyo valor de venta no supere el ochenta por ciento del precio del oro que contienen.
Monedas testigos de la Historia
Finalmente, en el lado «romántico» del no tan vil metal, las monedas presentan golpes, rasguños, desgaste huellas de que han «vivido». Estos objetos han cambiado de manos y viajado: han sido objeto de codicia o entregadas por un bien superior.
No se trata de meros lingotes con un cuño. Es por eso que, además del dinerario poseen -sin necesidad de entrar en consideraciones o valores numismáticos un precio como objeto histórico. Y ahora, unos cuantos de esos testigos del paso del tiempo pueden asegurar su futuro.